Seguramente en algunas de nuestras reuniones familiares hemos escuchado a alguna abuela mencionar frases como: “Juancito salió gruñón como el bisabuelo pepe”.

 

 

Nada extraño podríamos pensar, si no fuera porque el bisabuelo Pepe llevaba muerto bastante tiempo antes de que Juancito llegara a la familia. ¿Cómo explicar entonces el parecido en el carácter de estos dos individuos que han crecido en épocas y circunstancias tan distantes?

Cuestiones como estas se mantuvieron sin respuesta en el ámbito científico por décadas:  los genetistas estaban ocupados descifrando los mecanismos moleculares por los cuales se expresa y transmite la información genética (ADN) mientras que los neurólogos, se enfocaban en desentramar las intrincadas maneras por las cuales las neuronas se conectan entre sí y permiten que los individuos sean capaces de acumular recuerdos a partir de la experiencia.

Sin embargo, no fue sino hasta que un neurólogo (Michael Meaney, del Instituto Universitario de Salud Mental Douglas en Canadá) y un genetista del mismo país (Moshe Szyf, de la Universidad McGill) coincidieron por casualidad en un bar de Madrid durante los años 90 que se planteó el debate: ¿existe una conexión entre las reacciones químicas que regulan la expresión de los genes y los mecanismos por los cuales se instalan los recuerdos en la memoria?

Este charla distendida acompañada de una buena cantidad de cerveza, fue el comienzo de una importante investigación colaborativa que llevó varios años de arduo trabajo. Los resultados hallados fueron sorprendentes, éstos científicos no sólo demostraron que factores externos tales como la alimentación o las experiencias vividas durante la infancia causan modificaciones en los genes sino que además, esas modificaciones pueden ser heredadas a las generaciones siguientes. Estos resultados fueron el punto de partida para un nuevo campo en el estudio de la genética: la epigenética.

El trabajo de Meaney y Szyf ha sido publicado en revistas científicas de excelente nivel, incluyendo las prestigiosas Nature y Science. De acuerdo a sus estudios sobre ratones, las experiencias de nuestros antepasados dejarían una marca genética en nuestro ADN, por lo cual cada persona llevaría impreso en sus genes la historia de su familia, de su cultura, de su pueblo. La epigenética permitiría explicar por ejemplo,  el porque no sólo la tendencia a padecer ciertos tipos de cáncer es hereditaria, sino también el mal carácter, la tendencia a la depresión, la dependencia a las drogas o las actitudes violentas.

¿Podría entonces una “medicina epigenética” dar respuesta a los grandes males sociales de la humanidad? Resulta muy prematuro tratar de responder a ésta pregunta, pero no cabe duda de que el trabajo de Meaney y Szyf ha permitido acortar las distancias que hasta ahora venían separando a la biología molecular de la psicología tradicional. Después de todo, el bisabuelo Pepe y Juancito comparten una buena cantidad de genes.


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